En un rincón, a la sombra de un hermoso pino-para-sol, el hombre y la mujer bostezan y trasiegan plátanos.
Como viven continuamente a la intemperie, la piel de ambos es áspera, rugosa y aparece cubierta de vello; como sólo son una “materia prima de hombre” y una "materia prima de mujer" (es decir: como todavía no han sido desbastados ni refinadas por el trabajo), las formas de sus cuerpos están groseras y toscas; como aún no han gustado el arrope del placer ni el bitter del dolor, en la expresión de sus ojos no hay más que bestialidad y opacidad; como todavía no poseen noción del Bien ni del Mal, en fin, tienen cara de idiotas.
¡Oh! ¡Qué diferencia de este Adán y esta Eva legítimos y verdaderos al Adán y la Eva que —miles de años después y sin saber lo que se hacen— van a pintar Rubens y Tiziano!
Adán y Eva no saben nada de nada.
¡Qué negra existencia la suya!
Si tuvieran noción del arte, esculpirían ellos también en barro; pero el Supremo Hacedor no les ha trasmitido su facultad maravillosa.
Si alguien les enseñase a saltar al "paso y la uva", saltarían al "paso y la uva"; pero nadie les enseña.
Si sintieran el amor, se amarían, regañarían, se reconciliarían para volver a regañar y a reconciliarse; pero no sienten el amor aún...
Hasta que un día, a Eva, se le abre la boca desmesuradamente, hace ¡aaaaaaah!..., y la cierra de nuevo.
...Y desde entonces, además de comer, de beber y de tumbarse, Eva y Adán bostezan.
Allá arriba, en el cielo, por encima de una nube grisácea, los mira el Supremo Hacedor, y como Él sabe absolutamente todo cuanto va ocurrir en el mundo, sonríe al mirarlos y, volviéndose hacia uno de los ángeles de su Estado Mayor, murmura:
—¡Y pensar que al cabo del tiempo, el fruto de lo que harán en la Tierra Adán, Eva y todos sus descendientes, será el que un tal Smith inventará la máquina de cortar jamón...!
Eva y Adán, siempre tumbados a la sombra del hermoso pino-para-sol, ni bostezan ni trasiegan plátanos. Adán duerme con un sueño sofocado y plomizo, y en cuanto a Eva, las manos cruzadas tras de la nuca, los riñones apoyados en el suelo, la pierna izquierda doblada y la derecha montada sobre la izquierda, balancea el pie ocioso, clava sus grandes ojos en la inmensidad de lo azul y riza el rizo con la imaginación.
Reflexiona... ¡Lleva ya tanto reflexionado!... Piensa en las prohibiciones que les han sido impuestas a ella y a Adán.
Desde la base de su pino-para-sol predilecto, Eva distingue, allá, a unostreinta metros, el manzano cuyos frutos no podrán tocar nunca, el manzano destinado a hacerse célebre en la historia de la Creación y de la Humanidad, el
manzano de cuyo tronco pende un cartelito que dice, textualmente, en hebreo:
MANZANO DEL BIEN Y DEL MAL
NO TOCAR, PELIGRO DE
EXPULSIÓN Y DE PECADO
LA DIRECCION
Eva lleva ya muchos días obsesionada con las manzanitas del manzano, preguntándose mentalmente:
—Si tanto Adán como yo tenemos boca y dientes, ¿por qué no hemos de poder comer esas manzanas?
Otras veces lo que se pregunta es:
—Si no habíamos de poder comerlas, ¿por qué fueron creadas y puestas delante de nuestras narices?
Y hasta el momento, Eva no ha logrado una respuesta satisfactoria.
Con frecuencia ha querido decidirse a arrancar una manzana, y Adán la ha sujetado agarrándola por los cabellos y murmurando:
—No, que no dejan.
Pero en este día de agosto Adán duerme ajeno a cuanto ocurre a su alrededor, y si ella se atreviese...
Se atreve. ¡Ya lo creo que se atreve! Las mujeres, como no tienen conciencia de nada, se atreven a todo.
Y Eva se acerca al manzano. ¡Ah! ¡Qué emoción! Aquella emoción es tan viva y tan inédita que Eva se siente progresivamente satisfecha de su atrevimiento.
Alarga una mano; un levísimo tirón, y ¡zas!: la manzana es suya.
Hay historiadores que afirman que al coger la manzana, Eva estuvo jugando con ella un rato. No es cierto; lo sé de buena tinta. En cuanto la tuvo en su poder lo que hizo Eva fue hincarle el diente. Mordió, masticó, tragó por último...
Y ¡oh!... ¿Qué brusco cambio notó dentro de sí? Todo lo del Paraíso tomó para ella distinto color. Se dio cuenta por primera vez de que la vegetación era prodigiosa; oyó como una suave música la brisa que se desperezaba a lo largo de tanto árbol de tan diferente género; aspiró dulcísimamente los mil perfumes que se producían en aquel maravilloso jardín y el aire, cargado de esencia de lilas, de rosas y de azahar, lleno de las emanaciones excitantes del acónito, de las adormideras, de los narcisos, de la valeriana —la cual asomaba por doquier sus hojas, como orejas de macho cabrío—, el aire, que pasaba y repasaba voluptuoso sobre los naranjos, sobre los kakhis, sobre los macizos de claveles negros, y se filtraba por entre las ramas de las acacias y sacudía los matorrales de yerbabuena y de malvavisco y se rizaba repetidamente también en torno a aquel predilecto pino-para-sol, ese aire "paradisíaco" entró como un veneno sutil y delicioso en los pulmones de Eva; todo su soberbio cuerpo desnudo pareció esponjarse; le asaltaron furias de correr, de gritar, de reír... Y nació en ella la alegría, mezclada con un deseo de llanto inexplicable.
Vio entonces Eva que todo era allí hermoso: el Cielo y la Tierra. Notó entonces que el sol moldeaba con ardorosa caricia sus caderas y sus senos. Admiró por primera vez las curvas ágiles de las gacelas, de los caballos, de los ciervos, y se dio cuenta de que el tigre era flexuoso y el león, intrépido, y la jirafa, altiva, y el toro, arrollador, y las aves, veloces, y Adán, un tío con toda la barba.
Y movida por no supo nunca qué íntimo impulso, todavía con la manzana mordisqueada en la mano, Eva volvió al lado de Adán, se plegó contra él, imitando, sin pretenderlo, la flexuosidad que acaba de advertir en el tigre, y cruzó sus brazos alrededor del cuello de su compañero y lo besó largamente, profundamente en la boca.
Adán se despertó.
Todos hubiéramos hecho lo mismo en su caso.
Se despertó Adán y no dijo "¿dónde estoy?", ¿pues en qué otro lugar que no fuera el Paraíso podía estar él?, sino que indagó de Eva:
—¿Qué te pasa?
Eva no respondió. Volvió a besarlo. Lo besó con un beso todavía más profundo que el anterior; lo besó con un beso tan extraordinariamente profundo, que un pedacito de manzana, que ella conservaba aún en su boca, pasó a la boca de Adán.
Y Adán comió aquel pedacito de "no sabía qué".
Así fue, señores, y no de otra manera, cómo Eva le dio a Adán la manzana; se la dio como los novios se dan los bombones cuando nadie les espía; como los recién casados se dan los postres durante la luna de miel; como únicamente podía dársela, para que él —más noble, más sencillo, más respetuoso siempre que ella con las
leyes— se decidiese a aceptarla.
En cuanto a las consecuencias, imagino que ya las adivináis...
No bien hubo probado a su vez la manzana, Adán notó dentro de sí la misma variación que había notado Eva y se vio invadido de idéntico sentimiento que a ella le invadiese. Y ahora, al recibir un tercer beso de Eva, Adán no le preguntó ya:
—¿Qué te pasa?
sino que susurró:
— ¡Vida mía'
Y la devolvió mil por uno.
¡Qué día! ¡Ah, qué día y qué noche de entusiasmo recíproco, de delirio, de frenesí'...
¿Os han comprado, de niños, una bicicleta? Cuando, de niño, le compran a uno una bicicleta, no se abandona la bicicleta más que el tiempo justo para comer; y aun durante la comida se tienen los ojos clavados en el artefacto, introducido previamente en el comedor con tal objeto. Y en sueños se sigue viendo la bicicleta, y se despierta uno a medianoche para comprobar que continúa allí, y manosearla de nuevo, y de nuevo dirigirle ardientes miradas de posesión...
Pues eso fue el amor para Eva y Adán: una bicicleta con dos sillines.
No bien aquella manzana del Bien y del Mal les abrió los ojos a las cosas del Mundo —y les permitió ver el mundo con los ojos de los sentidos— Adán y Eva circunscribieron sus actividades a amarse, a amarse, a amarse, a amarse, entre
palabras tiernas y gemidos de gozo.
Eso era el Bien.
Pero al amanecer del otro día, fatigados, insomnes, con los músculos relajados el corazón de plomo, los nervios asténicos y la lengua de estopa, hartos uno de otro, ahítos del exceso, Adán y Eva se miraban ya con odio.
Eso era el Mal.
Y el Supremo Hacedor vio claramente que Eva y Adán conocían el Mal y el Bien. Esto es: que habían comido la manzana.
¿Para qué daros cuenta de la expulsión del Paraíso, de aquel primer desahucio que ha registrado la Historia?
Todos conocéis el argumento...
Todos sabéis cómo Adán echó la culpa a Eva, y cómo Eva —inventando la trola de que el animal había hablado—, echó a su vez la culpa a la serpiente.
¿El resultado? Que la serpiente, que hasta entonces andaba a saltos, fue condenada a andar arrastrándose. Que Adán y Eva hubieron de someterse a sufrir: ella, ganando el pan con el sudor de su frente; y él, pariendo sus hijos condolor...
Bueno: al revés...
Y que un ángel, señalándoles la puerta con una espada de fuego, les dijo:
—Por ahí se va a la calle, niños. En fin: un desastre.
Jardiel Poncela
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I
-Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate.
-Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?
-Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a galopar los árboles. Escucha.
-Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti.Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas.
II
La noche que fue ayer fue de la magia. En la noche hay tambores, y los animales duermen con el olfato abierto como un ojo. No hay nadie en el aire. Las hojas y las plumas se reúnen en las ramas, en el suelo, y alguien las mueve a veces, y callan.
Trapos negros, voces negras, espesos y negros silencios, flotan, se arrastran, y la tierrase pone su rostro negro y hace gestos a las estrellas. Cuando pasa el miedo junto a ellos,los corazones golpean fuerte, fuerte, y los ojos advierten que las cosas se mueveneternamente en su mismo lugar. Nadie puede dar un paso en la noche. El que entra con los ojos abiertos en la espesura de la noche, se pierde, es asaltado por la sombra, y nunca se sabrá nada de él, como de aquellos que el mar ha recogido.
-Eva, le dijo a Adán, despacio, no nos separemos.
III
-¿Has visto como crecen las plantas? Al lugar en que cae la semilla acude el agua: es el agua la que germina, sube al sol. Por el tronco, por las ramas el agua asciende al aire, como cuando te quedas viendo al cielo del mediodía y como tus ojos empiezan a evaporarse.
Las plantas crecen de un día a otro. Es la tierra la que crece, se hace blanda, verde,flexible. El terrón enmohecido, la costra de los viejos árboles, se desprende, regresa.
¿Lo has visto? Las plantas caminan en el tiempo, no de un lugar a otro, de una hora a otra hora. Esto puedes sentirlo cuando te extiendes sobre la tierra, boca arriba y tu pelo penetra como un manojo de raíces y toda tú eres un tronco caído.
-Yo quiero sembrar una semilla en el río, a ver si crece un árbol flotante para treparme a jugar. En su follaje se enredarían los peces, y sería un árbol de agua, que iría a todas partes sin caerse nunca.
IV
-Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti.
Las hembras son más tersas, más suaves y más dañinas. Antes de entregarse maltratan al macho, o huyen, sedefienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las palomas, enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo.
¿Es que tu sangre y la mía se encienden a diferentes horas?
Ahora que estás dormida debías responderme. Tu respiración es tranquila y tienes elrostro desatado y los labios abiertos. Podrías decirlo todo sin aflicción, sin risas.¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron , pues, de mi costado, no me dueles? Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierrascomo la flor con el insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es siempre más grande,de algún modo. Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día.
Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca. ¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve.
V
Mira, ésta es nuestra casa, éste nuestro techo. Contra la lluvia, contra el sol, contra la noche, la hice. La cueva no se mueve y siempre hay animales que quieren entrar. Aquí es distinto, nosotros también somos distintos.
-¿Distintos porque nos defendemos, Adán? Creo que somos más débiles.
-Somos distintos porque queremos cambiar. Somos mejores.
-A mí no me gusta ser mejor. Creo que estamos perdiendo algo. Nos estamos apartando del viento. Entre todos los de la tierra vamos a ser extraños. Recuerdo la primera piel que me echaste encima: me quitaste mi piel, la hiciste inútil. Vamos a terminar por ser distintos de las estrellas y ya no entenderemos a los árboles.
-Es que tenemos uno que se llama espíritu.
-Cada vez tenemos más miedo, Adán.
-Verás. Conoceremos. No importa que nuestro cuerpo...
-¿Nuestro cuerpo?
-...esté más delgado. Somos inteligentes. Podemos más.
-¿Qué te pasa? Aquella vez te sentaste bajo el árbol de la mala sombra y te dolía la cabeza. ¿Has vuelto? Te voy a enterrar hasta las rodillas otra vez.
VI
-El tronco estaba ardiendo cuando se fue la lluvia. El rayo lo venció y se introdujo en él. Ahora es un rayo manso. Lo tendremos aquí y le daremos de comer hojas y yerbas.
Me gusta el fuego. Acércale tu mano poco a poco, te acaricia o te quema, puedes saber hasta dónde llega su amistad.
-A mí me gusta porque es rojo y azul y amarillo, y se mueve en el aire y no tiene forma,y cuando quiere dormir se esconde en la ceniza y vigila con ojitos rojos dentro dentro. ¡Qué simpático! Luego se alza y empieza a buscar, si haya cerca una rama la devora. ¡Me gusta, me gusta! ¡Le cuidaré, no estorba, es tan humilde!
-Es orgulloso, pero es bueno. ¿Que té pasa? Te has quedado...
-Nada.
-Tienes los ojos abiertos y estás dormida. ¿Me oyes? También se ha metido en ti. Lo veo en el fondo de tus ojos, como una culebra, enamorándote. Te quedas quieta mientras él te recorre ávidamente. Giras en torno al fuego sin moverte. Fuego lento, preciso, árbol continuo, nos atraen tus hojas instantáneas, tu tronco permanente. Déjanos estar junto a ti, junto a tu amor hambriento. Creces aniquilando, medida de la destrucción, estatura hacia dentro, duración hacia atrás, tiempo invertido, muerte muriendo, nacimiento. Déjanos estar en tus párpados incesantes, investigar contigo lo que buscas, luz en fuga perpetua, en ti, como tú misma, en nosotros.
VII
- ¿Que es el canto de los pájaros, Adán?
-Son los pájaros mismos que se hacen aire. Cantar es derramarse en gotas de aire, en hilos de aire, temblar.
-Entonces los pájaros están maduros y se les cae la garganta en hojas, y sus hojas son suaves, penetrantes, a veces rápidas.
¿Por qué?, ¿Por qué no estoy madura yo?
-Cuando estés madura te vas a desprender de ti misma, y lo que seas de fruta se alegrará, y lo que seas de rama quedará temblando. Entonces lo sabrás. El sol no te ha penetrado como al día, estás amaneciendo.
-Yo quiero cantar. Tengo un aire apretado, un aire de pájaro cantar.
-Tú estás cantando siempre sin darte cuenta. Eres igual que el agua. Tampoco las piedras se dan cuenta , y su cal silenciosa se reúne y canta silenciosamente.
VIII
-Hace tres días salió Adán y no ha vuelto. Ay, yo era feliz, yo era feliz.
He tenido miedo, no he podido dormir. Estoy sola, ¿Por qué no regresa? Salí a buscarlo pero él no estaba, lo llamé. Me asusta la noche, ¿qué puedo hacer sin él? Todo es muy grande, muy largo, sin rumbo. Estoy perdida, rodeada de cosas extrañas, ¿por qué no vuelve ya? Adán, Adán, Adán, se va a apagar el fuego, me voy a apagar yo, y tú no vuelves. ¡Qué vas a encontrar?
Y Eva se ha quedado dormida. Y estaba dormida cuando llegó Adán.
Adán llegó cansado pero no descansó. Se puso a mirarla, y la estuvo mirando por primera vez.
IX
-¡Qué fresca es la sombra del plátano! De una hoja de plátano se desprenden infinitas hojas de agua que están descendiendo siempre. Me gustan las hojas verdes, acanaladas,y los racimos, y los retoños unánimes, agudos, como una bandada de peces hacia arriba. ¿Has visto el tronco? Es un panal de agua.
Me gusta el platanar con su humedad sombría y derribada, con su lecho en que se pudre el sol y con sus hojas golpeadas y tranquilas. Me gusta el platanar cuando llueve porque suena sonoramente, porque se alegra como una bestia bañándose y saltando.
Me gusta la sombra del plátano y sus pequeños nidos de aire, y el aire dulce y torpe aprendiendo a volar.
Me gusta tirarme en el suelo sin raíces y sentir cómo transcurre elagua y quedarme inmóvil, oyendo.
-Fuimos al mar. ¡Qué miedo tuve y qué alegría. Es un enorme animal inquieto. Golpea y sopla, se enfurece, se calma, siempre asusta. Parece que nos mirara desde dentro, desde lo hondo, con muchos ojos, con ojos iguales a los que tenemos en el corazón para mirar de lejos o en la obscuridad. En un principio nos tiró varias veces. Después Adán se enfureció y se puso a dar de puñetazos a las olas. A mí me dio risa, me quedé en la playa mirando. Adán no podía.
Al rato salió cansado, húmedo, y no dijo nada, y se durmió.
-Entonces me puse a oír el mar. Ya iba obscureciendo. Suena igual que la noche, con un vasto, infinito silencio, con una honda voz. Se extiende su sonido obscuro y nos penetra por todas partes. Es un sonido de agua espesa, de agua que quiere levantarse como un animal herido.De ahora en adelante viviremos a la orilla del mar. Aquí están a la misma altura el sol y el mar, a la misma profundidad las estrellas y los grandes peces.
-Aprenderemos el mar, Él también tiene sus montañas y sus vastas llanuras, sus pájaros, sus minerales, y su vegetación unánime y difícil. Aprenderemos sus cambios, sus estaciones, su permanencia en el mundo como una enorme raíz, la raíz del árbol de agua que aprieta la tierra, el árbol inmenso que se extiende en el espacio hasta siempre.
El mar es bueno y terrible como mi padre. Yo le quiero decir padre mar. Padre mar, sostenme, engéndrame de nuevo en tu corazón. Hazme incorruptible, receptora del mundo, purificadora a pesar.
XI
-Me duele el cuerpo, me arden los ojos, parece que estuviera quemándome. Mi agua está hirviendo dentro de mí. Y un viento frío bajo mi piel anda aprisa, frío, y termina empujándome la quijada hacia arriba con golpes menudos e incesantes.
-Estoy ardiendo, no puedo ni moverme. Estoy débil, con dolor, con miedo. Eva no ha dormido, está asustada, me ha puesto hojas en la frente. Cuando me puse a hablar anoche se me echó encima y se restregó conmigo y quería callarme. Así se estuvo y tenía los ojos mojados como mi espalda. Le dije que sus ojos también me dolían y ella los cerró contra mi boca.
-Ahora tengo sed, estoy golpeado y seco. Me duele, tengo la cabeza podrida. No hay una parte mía que no esté peleando con otra. Quiero cerrar mis manos ¡Qué diferente de mí es todo esto!. Esto es ser otro, otro Adán. Está pasando a través de mí y me duele.
Me gustaría estar rodeado de piedras calientes.
El otro día me gustó un árbol, lo derribé. Caía con ruido quebrándose, cayéndose. Así estoy sonando, así, hacia abajo, apretado, derrumbado, sonando.
XII
Es una enorme piedra negra, más dura que las otras, caliente. Parece una madriguera de rayos. Tumbó varios árboles y sacudió la tierra. Es de ésas que hemos visto caer de lejos, iluminadas. Se desprenden del cielo como las naranjas maduras y son veloces y duran más en los ojos que en el aire. Todavía tiene el color frío del cielo y está raspada, ardiendo.
-Me gusta verlas caer tan rápidas, más rápidas que los pájaros que tiras. Allá arriba hade haber un lugar donde mueren y de donde caen. Algunas han de estar cayendo siempre. Parece que se van muy lejos ¿a dónde?.
Esta vino aquí pero la llevaré a otro sitio. La voy a echar rodando hasta los bambúes, los va a hacer tronar. Quiero que se enfríe para abrirla.
-¡Abrirla! ¿Qué tal si sale una bandada de estrellas, si se nos van? Han de salir con ruido, como las codornices.
XIII
-Eva ya no está, de un momento a otro dejó de hablar. Se quedó quieta y dura. En un principio pensé que dormía. Más tarde la toqué y no tenía calor. La moví, le hablé. La dejé ahí tirada. Pasaron varios días y no se levantó. Empezó a oler mal. Se estaba pudriendo como la fruta, y tenía moscas y hormigas. Estaba muy fea.
-La arrastré afuera y le puse bastante paja encima. Diariamente iba a ver como estaba. Hasta que me cansé y la llevé más lejos. Nunca volvió a hablar. Era como una ramaseca. No sirve para nada, no hace nada. Poco a poco se la come la tierra. Allí está. Se la come el sol, no me gusta. No se levanta, no habla, no retoña. Yo la he estado mirando. Es inútil. Cada vez es menos, pesa menos, se acaba.
XIV
Ah, tú, guardadora del mundo, dormida, preñada de la muerte, quieta. ¡Qué inútil es hablarte, hablarme!.
Hombre solo soy, quedé. Quedé manco, podado, a mi mitad quedé.
Aquí me muero. Porque los ojos de la muerte me han visto y giran alrededor cazándome, llevándome. Aquí me callo. De aquí no me muevo.
XV
Bajo mis manos crece, dulce, todas las noches. Tu vientre suave, manso, infinito. Bajo mis manos que pasan y repasan midiéndolo, besándolo, bajo mis ojos que lo quedan viendo toda la noche. Me doy cuenta de que tus pechos crecen también, llenos de ti, redondos y cayendo. Tú tienes algo. Ríes, miras distinto, lejos.
Mi hijo te está haciendo más dulce, te hace frágil. Suenas como la pata de la paloma al quebrarse.
Guardadora, te amparo contra todos los fantasmas, te abrazo para que madures en paz.
Jaime Sabines
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