[Escrito para "Antología de microcuentos fantásticos y humorísticos"]
Y de repente despertó... Se levantó de la
cama, encendió un cigarro y se asomó por la ventana...
El olor a fétido, a hambre, a violencia y
muerte recorría todas las calles de la ciudad así como todos los rincones del
departamento donde se quedaban.
Parece que hubiera sido ayer cuando se
desató el holocausto, el recuerdo estaba tan lejano y a la vez tan cerca...
- Pero fue mi elección quedarme aquí, no
podían seguir invadiendo, no podían hacerse una plaga, tenía que acabar con
ellos de una vez por todas.
Pensó para sí mismo, mientras se vestía y
cargaba su escopeta.
- No falta mucho, están muriendo de hambre,
después de que cerraron la ciudad ya no han podido reproducirse ni alimentarse.
Hicimos muy bien nuestro trabajo.
Sacó de su chaqueta una foto vieja de su
esposa y su hijo. Su esposa, quien le suplicó hasta el cansancio que huyera con
ellos de esos monstruos, que no era su obligación hacer justicia sobre la
humanidad...
Aún recordaba las últimas palabras que le
dijo antes de despedirse de ella:
"Alguien tiene que matar a esos
chilangos."
M
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